Escuchaba “Feeling Good “de Michael Bublé mientras corría por el parque junto a Sultán.
Aún estaba oscuro. Repasaba cuáles serían
las clases a las que asistiría en la universidad aquel lunes, cundo un
pensamiento, irremediablemente, me asaltó: aquel sueño en el que Érick hizo su
reaparición en mi mente .Aquel sueño en el que me había dejado intrigada. Me
percaté que era un poco tarde y me apresuré a regresar a casa para tomar una
ducha, vestirme e irme a la U.A.M.
Una vez transcurridas mis clases me dispuse a asistir a la sesión de yoga. El gimnasio estaba cerca de la universidad y la clase era impartida por Alejandro, un hombre de
veintiocho años, alto, moreno, ojos verdes, cabello castaño y corto. Era muy inteligente.
En cada clase reflejaba su serenidad, armonía y profundo conocimiento de aquella
disciplina que, desde hacía diez años, él había estado practicando. Recuerdo mi
primera clase. Parecía ser que el yoga no estaba hecho para mí: no podía
concentrarme en la meditación. Creía que era imposible dejar la mente en
blanco. Incluso me pareció algo tonto. Además, realizar las posturas o asanas sincronizadas con el control de
la respiración me causaba muchas dificultades. Gracias a la ayuda y paciencia
de mi agradable profesor, comencé a mejorar y, por supuesto, sentir los
beneficios tanto físicos como espirituales. Practicar yoga me ayudaba a relajarme
y, por consiguiente, a dormir mejor.
Aquel día, después de unos minutos de respiración,
comenzamos a realizar nuevas posturas que implicaban parados de cabeza. Aun con
mis dos meses de experiencia en aquella disciplina, el parado de cabeza fue
todo un reto. Me costó mucho trabajo lograr hacer la postura. Cuando al fin
creí que lo había conseguido, llegó a mi mente el rostro de Érick diciéndome: Qué bueno que estás aquí. Eso hizo que
me desconcentrara así que caí hacia atrás dándome un buen golpe en la espalda.
Alejandro fue hacia mí y me ayudó a incorporarme. Él me preguntó si estaba bien y, mientras me frotaba
el trasero, le contesté: “Sí. Gracias. Estoy bien”. En realidad me dolía un
poco, y me sentía apenada ya que la caída fue bastante graciosa. Después de
asegurarse que estaba bien, Alejandro soltó una sutil risa. Delicadamente tomó
mi barbilla, levantó mi rostro y dijo:
-Hoy estás muy distraída ¿Estás preocupada por algo?
Creo que me sonrojé, ya que su rostro estaba muy cerca
del mío.
- Se acercan los exámenes. Es todo -le contesté con voz
nerviosa.
Él me sonrió y
continuó con la clase.
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