lunes, 22 de octubre de 2012

Yoga




Escuchaba “Feeling Good “de Michael Bublé  mientras corría por el parque junto a Sultán. Aún estaba oscuro. Repasaba cuáles serían  las clases a las que asistiría en la universidad aquel lunes, cundo un pensamiento, irremediablemente, me asaltó: aquel sueño en el que Érick hizo su reaparición en mi mente .Aquel sueño en el que me había dejado intrigada. Me percaté que era un poco tarde y me apresuré a regresar a casa para tomar una ducha, vestirme e irme a la U.A.M. 

Una vez transcurridas mis clases me dispuse a  asistir  a la sesión de yoga. El gimnasio estaba  cerca de la universidad y la clase  era impartida por Alejandro, un hombre de veintiocho años, alto, moreno, ojos verdes, cabello castaño y corto. Era muy inteligente. En cada clase reflejaba su serenidad, armonía y profundo conocimiento de aquella disciplina que, desde hacía diez años, él había estado practicando. Recuerdo mi primera clase. Parecía ser que el yoga no estaba hecho para mí: no podía concentrarme en la meditación. Creía que era imposible dejar la mente en blanco. Incluso me pareció algo tonto. Además, realizar las posturas o asanas sincronizadas con el control de la respiración me causaba muchas dificultades. Gracias a la ayuda y paciencia de mi agradable profesor, comencé a mejorar y, por supuesto, sentir los beneficios tanto físicos como espirituales. Practicar yoga me ayudaba a relajarme y, por consiguiente, a dormir mejor.

Aquel día, después de unos minutos de respiración, comenzamos a realizar nuevas posturas que implicaban parados de cabeza. Aun con mis dos meses de experiencia en aquella disciplina, el parado de cabeza fue todo un reto. Me costó mucho trabajo lograr hacer la postura. Cuando al fin creí que lo había conseguido, llegó a mi mente el rostro de Érick diciéndome: Qué bueno que estás aquí. Eso hizo que me desconcentrara así que caí hacia atrás dándome un buen golpe en la espalda. Alejandro fue hacia mí y me ayudó a incorporarme. Él me  preguntó si estaba bien y, mientras me frotaba el trasero, le contesté: “Sí. Gracias. Estoy bien”. En realidad me dolía un poco, y me sentía apenada ya que la caída fue bastante graciosa. Después de asegurarse que estaba bien, Alejandro soltó una sutil risa. Delicadamente tomó mi barbilla, levantó mi rostro y dijo:

-Hoy estás muy distraída ¿Estás preocupada por algo?

Creo que me sonrojé, ya que su rostro estaba muy cerca del mío.

- Se acercan los exámenes. Es todo -le contesté con voz nerviosa.

 Él me sonrió y continuó con la clase.


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